29 de marzo de 2007

Rosa y Berenice

Berenice avienta el teléfono y se suelta a llorar desconsolada. Alondra se lo había dicho todo, y ella confiaba en su amiga: durante la semana y media que llevaba fuera de la ciudad, en su viaje de fin de carrera, Fernando había estado visitando a Margarita, a la que por tantos años ella había llamado su mejor amiga. Su novio, y su mejor amiga, las dos personas a las que más quería le habían traicionado. Y el maldito Fernando, ¡todavía había tenido el descaro de hablarle de la boda…!
“¡Pobre Berenice!”, pensaba la joven, mientras doblaba las camisas del patrón frente al televisor. ¡Y pensar que su vida le había parecido tan perfecta: bonita, de buena posición económica, linda casa, con una carrera y un novio que también le había parecido perfecto. Todo había apuntado a que se casarían y tendrían la vida más envidiable con la que ella hubiera podido soñar!, ¡y ahora el desdichado la había engañado!
Ahora ella, Rosa Domínguez, sencilla trabajadora de una casa en la ciudad, se sentía más afortunada, en cuanto a amor, que la protagonista de su telenovela predilecta. Ramón la esperaba allá en el Rancho, le hablaba con frecuencia y le había prometido hacerla su esposa en cuanto juntara el dinero necesario.
Sin embargo, volviéndose a comparar con la estrella, se daba cuenta de que no era posible que fuera la perfecta Berenice fuera más desdichada que ella. No, verdadera desdichada era ella, que no había tenido jamás una aventura de amor, un desamor, una tragedia digna de ser contada. ¡Cómo deseaba ser desgraciada!. Entre más conciencia hace de ello, más desafortunada se siente, y, sin embargo, “que le garantizaba que Ramón le fuera tan fiel, tal vez su historia personal podría volverse interesante, después de todo.”
Y, en los momentos en que alimenta aquellas necias reflexiones, oye el teléfono timbrar.
-Buenas tardes, casa de la familia Gálvez.
-Rosa, soy Jacinta, su comadre.
-Comadre, que milagro, ¿cómo le va? ¡Qué gusto que me hable! ¿no habrá visto a Francisco estos días verdad?
-Pues, sí, lo vi. Hace dos días, que yo estaba en casa de su Tía Lupe, su prima Lorenza lo recibió en su casa.
“!No, imposible!, ¡Sin vergüenza! ¡Si ya lo había sospechado!”
-Y bueno comadre… pos ya platíqueme otra cosa. ¿Bautizaron ya al niño de Felipa?...
Berenice, sobreponiéndose a su desgracia, cogía el teléfono de nuevo y marcaba el número de Fernando.
“Eso haría también ella, llamarle al ingrato que había jugado con ella para decirle sus verdades.”
-Fernando, me lo han dicho todo. ¡No quiero volver a saber de ti!.
Y de nuevo invadida de lágrimas, asota el teléfono una vez más.
-Comadre, antes de que me cuelgue, mande decir a Ramón que me llame. Es imprescindible que hable con el lo más pronto posible.
Media hora más tarde, suena el teléfono de nuevo.
-Mi amor, ¿cómo estás, Rosita linda, que querías hablar conmigo?.
-¡Si, estúpido! ¡No sé cómo aún tienes las agallas de llamarme, después de lo que has hecho! ¿Y además me llamas “mi amor, Rosita linda”?. Lo único que quería decirte es que espero no volver a saber más de ti.
E imitando a su maestra de drama, asota el teléfono a su vez, y se concentra en llorar de la manera más trágica que le es posible.
Ahora ya se siente tan realizada, ahora sí su vida es tan dramática, tan interesante como la de su admirada Berenice.
Dos capítulos más adelante y el viaje de Berenice ha terminado. Vuela de regreso a casa y en cuanto asoma fuera del avión descubre a Fernando de entre toda la gente, esperándola, con un ramo de rosas en una mano y una cajita negra en la otra.
-Berenice, amor de mi vida, sé bien lo que te dijo Alondra y entiendo el porqué de tu llamada terminante. ¿Que me vio con Margarita? Era sólo para que me ayudara a planear la sorpresa que quería darte cuando volvieras.
Y sacando el anillo de la cajita negra le decía.
-Ya lo tengo todo preparado, sólo tienes que decir que sí.
Y Berenice, olvidando todo cuanto había pensado de él, se arrojaba en sus brazos.
“Berenice dichosa de nuevo”. La desgracia de su ídolo había terminado. Entonces es también hora de que termine la suya.
El teléfono timbra de nuevo.
-Casa de la Familia Gálvez
-Prima, soy Lorenza. Fernando me ha contado lo que le has dicho, y, de verdad, prima, que no entiendo porque te has portado así como él, cuando el hombre no ha hecho nada estas últimas semanas, mientras tu trabajas en la ciudad, que pensar en ti y planear su boda. Tenía ya un poco de dinero y me había pedido ayuda para poder sorprenderte.
“¡Qué enorme felicidad!, su problema se resolvía tal como se le había resuelto a Berenice! Ya no sentiría envidia de ninguna bonita y rica el resto de su vida. ¡Había sufrido como ella, y sería tan feliz como ella!”
-Prima, no sabes lo feliz que soy de oír eso, y pensar que me había preocupado de que me estuviera engañando contigo. Búscale y dile que me hable. Es imprescindible que hable con él.
-No Rosa, ya no puedo buscarle. Lo destrozaste, ¿Que no era la que querías, no volver a saber de él? No es un tonto que solo te iba a estar aguantando tus caprichos. Se dio cuenta que el dinero que tenía, no valía emplearlo en ti y con eso mismo pagó su avión a Tijuana. Ya ha de estar cruzando la frontera, Rosa, y no creo que le vuelvas a ver.
-Pero, Berenice… pero…, ¡no puede ser!

Deseo concedido: ahora sí podía considerarse desgraciada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajaja me gusta tu estilo, tu narrativa, muy buen escrito.